Comentario
La pintura española de la primera mitad del siglo XVIII responde todavía a los postulados estéticos del pleno barroco decorativo conformados en la segunda mitad de la centuria anterior (Rizzi, Carreño, Coello...), actualizados con nuevos bríos a finales de siglo con las aportaciones decorativistas de Luca Giordano. Esa pintura barroca castiza, representada por Antonio de Palomino, se va a prolongar, con escasa capacidad innovadora, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVIII. Sólo el ámbito cortesano se vio afectado estéticamente con la llegada de pintores de Corte franceses (Houasse, Ranc, L. M. van Loo) o italianos (Procaccini, Bonavia, Rusca, Sani), llamados por Felipe V para atender las necesidades de retratos oficiales o para decorar con frescos y lienzos los Reales Sitios.
Serán algunos de estos pintores italianos, llegados en las décadas de 1720 y 1730, los primeros que aporten en sus pinturas españolas la nueva sensibilidad rococó que estaba comenzando a triunfar en Roma, Nápoles y Venecia. Si en la escasa producción de Andrea Procaccini, residente en España entre 1720 y 1730, se atisba un aire prerrococó, será en las alegorías pintadas al fresco por Bartolomeo Rusca, residente en la Corte desde 1734 hasta su muerte en 1750, en los techos de diversas estancias y salas del palacio de La Granja -La Gloria de los príncipes coronando a un guerrero conducido por la Victoria, 1744-, en las que ya encontremos puestas de manifiesto la gracia y la delicadeza rococós.
Por lo que se refiere a pintores españoles se observan una atmósfera y una delicadeza cromática que anuncian la sensibilidad rococó, especialmente en algunas obras de Miguel Jacinto Meléndez (1675-1734), como la Anunciación (1718) de colección particular madrileña. Asimismo, los jóvenes pintores de cámara Juan Bautista Peña (1710-73) y, de forma más acusada, el aragonés Pablo Pernicharo (hacia 1705-60), pensionados en Roma, discípulos de Agostino Masucci, muestran en sus obras de la década de 1740 una simbiosis entre lo barroco académico de filiación maratiana y lo rococó. En el Sacrificio de Elías de Pernicharo, firmado y fechado en 1743 (iglesia de San José, Madrid), se detectan dentro de su academicismo formal una cromatura y unos toques de pincel que denotan las relaciones que en Roma había tenido con Giaquinto.
Fuera del ámbito cortesano hay que destacar entre los primeros iniciadores de la pintura rococó en España a dos jóvenes pintores formados también en Italia. Uno de ellos, el valenciano Hipólito Rovira y Brocandel (1693-1765), discípulo de Sebastiano Conca en Roma y amigo de Giaquinto, fue una de las figuras malogradas para la pintura rococó, debido a su temperamento depresivo que acabaría en locura, lo que le impidió desarrollar una carrera pictórica regular. En sus momentos de lucidez, aparte de diseños decorativos pintó retratos y temas religiosos, como el techo del camarín de San Luis Beltrán en la iglesia de Santo Domingo, o lienzos para la ermita de San Valero, todo en la ciudad del Turia.
El otro pintor pionero del Rococó fue el zaragozano José Luzán Martínez (1710-85), formado entre 1730 y 1735 en Nápoles con Giuseppe Mastroleo, y conocedor y admirador de la obra de Sebastiano Conca. A su vuelta a Zaragoza, tras ser nombrado Pintor Supernumerario de la Real Casa (1741) por Felipe V, pinta al temple la cúpula de la capilla de San Antonio (iglesia de Alagón, Zaragoza, hacia 1740) y los lienzos de la capilla de Santa María Magdalena (iglesia de La Asunción de Ricla, Zaragoza, hacia 1745-50), que suponen la irrupción de la sensibilidad rococó en Aragón.